El pueblo que vive bajo tierra por la minería

En una zona conocida como la “capital mundial del ópalo”, en Australia

Debajo del desértico y sofocante paisaje de Coober Pedy hay cientos de viviendas subterráneas con conexiones al exterior en el baño y la cocina. La economía de sus habitantes se basa en la explotación del ópalo, un mineraloide parecido al cuarzo.

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Considerada la “capital mundial del ópalo”, Coober Pedy es una pequeña localidad australiana ubicada en el sur del país, a más de 800 kilómetros de la ciudad de Adelaide, que parece surgida de la imaginación de un escritor de ciencia-ficción. Sus más de 1.700 habitantes –en su mayor parte, trabajadores mineros– viven bajo tierra, en refugios denominados dugouts. Se trata de domicilios subterráneos, cuyos baños y cocinas cuentan con escotillas para comunicarse con el exterior: un desierto rojizo donde se registran temperaturas que ascienden hasta los 50 ºC y el nivel de precipitaciones sólo promedia unos 175 milímetros por año.
De estos “hogares-cueva” procede el nombre “Coober Pedy” –vinculado con el término kupa-piti de los aborígenes locales–, que significa “agujero del hombre blanco”. Un incipiente negocio del turismo intenta explotar la singularidad del lugar, que ya fue retratado en diversas obras de la cultura popular y la industria del entretenimiento, como lo prueban las películas Until the End of the World (1991), The Adventures of Priscilla Queen of the Desert (1994) y Opal Dream (2006).
Fundado en 1915, el pueblo alberga más de 70 reservorios de ópalo, una piedra preciosa muy apreciada en la joyería, que además se usa para fosilizar animales y plantas (y sirve como materia prima en la industria de la piedra tallada). Caracterizado por su gran brillo y astillabilidad, es un mineraloide que se relaciona con el cuarzo, conformado por cristobalita y/o tridimita más sílice amorfa (o deshidratada).
En la actualidad, Coober Pedy acapara más de un 90% del mercado global del ópalo, que también se produce en países como México (principalmente en su variedad “de fuego”), Estados Unidos (en su variedad “geiserita”) y Honduras (tanto en color blanco como negro).

Casos insólitos

La localidad de Coober Pedy, en Australia, no es el único lugar del planeta donde el desarrollo de la actividad minera modifica por completo el modo de vida de una población. Otro caso particular es el de Kiruna, la ciudad más septentrional de Suecia, que próximamente será la primera urbe del mundo enteramente reubicada para evitar un desastre relacionado con el sector.
La idea es impedir que una mina de hierro manejada por la empresa estatal Luossavaara-Kiirunavaara se trague (literalmente) a sus más de 3.000 domicilios y establecimientos públicos y privados. Según los propios registros de la minera, corría el año 2004 cuando consideró viable excavar en cercanías del ejido urbano para ampliar el desarrollo de uno de los depósitos de hierro más importantes de Suecia, sin advertir que miles de edificaciones podrían sufrir las consecuencias de dichas labores. Una década más tarde, las grietas en los pisos y paredes de cada domicilio de Kiruna anuncian la proximidad de un desmoronamiento generalizado.
A fin de evadir el peor de los desenlaces posibles, cientos de urbanistas, arquitectos, biólogos, ingenieros civiles, expertos en construcción y antropólogos sociales se encuentran trabajando en el traslado de la ciudad. El monumental emprendimiento, cuya realización demorará 20 años, implicará la mudanza de 20.000 personas y la reconstrucción (en algunos casos, pieza por pieza) de casas, hoteles, escuelas y hospitales.
¿Y qué decir de Morochocha, la metrópolis peruana que podría ser reconstruida para extraer cobre en su actual ubicación? En efecto, a sólo 150 kilómetros de Lima, en la sierra central de Perú, se localiza el proyecto minero Toromocho, cuya realización representará la mayor inversión de una empresa de origen chino en territorio sudamericano.
En total, el presupuesto previsto para la materialización del emprendimiento cuprífero supera los u$s 2.200 millones. De esa suma, alrededor de u$s 50 millones se emplearán específicamente para reconstruir la ciudad de Morochocha, asentada sobre un manto de cobre que Minera Chinalco Perú –la filial local de Chinalco– desea explotar.  ›|‹

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